A menudo me contestan esto al preguntar a los deportistas por qué no comparten sus problemas o preocupaciones.
La siguiente pregunta es: ¿cómo te sentirías si, pasándolo mal, tu mejor amigo no lo comparte contigo para no preocuparte?
La respuesta es esa que estás pensando, ese “no, no, yo prefiero que me lo cuente”, esa empatía que nos despierta el otro. Esa confianza.
Preferimos ser hombro, pero… ¡cómo nos cuesta ser lágrima!
Es un síntoma más de ese mal manejo de las «emociones negativas», cuando no sabemos muy bien gestionarlas en uno mismo y en el de al lado.
«Lo bueno» se comparte, se expone, y «lo malo» se calla, se oculta, ni se mira.
Incluso cuando somos el que escucha, ¡qué miedo tenemos a no saber sostener! A no ayudar, a no decir “lo que hay que decir”, a no poder solucionarle el problema.
Nos manejamos mal en la tristeza. No queremos sentirla y mucho menos que la sienta el de al lado. Por eso a veces lo tapamos con un “no llores”, “no te preocupes”, “ya pasará”.
ESTAR. Para escuchar, para entender qué necesita, para sostener, para abrazar.
ESTAR. Para hablar, para no sentirte solo, para soltar, para darle forma y palabras al nudo, para que te abracen.
No hacen falta soluciones mágicas. Ni soluciones. Ni palabras “correctas”. A veces no hacen falta ni palabras.
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